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Por Qué No Enamorarte De Tus Propias Ideas - Joel Pinto Romero¿Has tenido algún amigo que te haya contado alguna vez un chiste muy, muy bueno? ¿De esos chistes realmente memorables, qué te hacen reir por horas sin parar y hasta que te saltan las lágrimas?

¡Te puedo asegurar que yo he escuchado más de uno! De hecho, recuerdo con mucha claridad uno que escuché cuando tenía cómo 10 o 12 años y, cuando me piden que cuente un chiste, siempre comienzo por ese.

¿Qué pasa, por ejemplo, cuando la misma persona te cuenta el mismo chiste por segunda, tercera o cuarta vez?

Pues que, a medida que el tiempo pasa y escuchas la misma historia varias veces seguidas, ya deja de ser tan gracioso. Puede ser que te rías por el mero compromiso pero por dentro estés pensando: “Vaya con este hombre que no se puede inventar un chiste nuevo, por Dios.”

Y si la persona que te contó ese chiste tan bueno no se da cuenta que, de tanto repetírtelo, ya no te causa tanta gracia y tan sólo se confía en que una vez, un día, te hizo reir hasta morir y sigue haciéndolo de la misma manera, entonces estará cometiendo el mismo error que cometen las empresas en sus campañas de publicidad, cuando se enamoran ellas mismas de sus propias ideas, sobre todo cuando estas ideas son creativas y originales.

 

Fue una idea muy creativa y original, hasta que se volvió cansina.

 

El título de este post es el de una campaña publicitaria muy conocida por estos lares. La primera vez que la escuché, me pareció genial: Una propuesta fresca y diferente. Un individuo que se preocupaba tanto por hacer que su cliente tenga una experiencia agradable, que hasta le dice “permíteme que insista”, entendiendo que en muchos casos la publicidad puede caer en ese terreno gris de lo repetitivo y fastidioso.

Y la misma sensación la tuve las siguientes veces que escuché el mismo estribillo. “Permíteme que insista…” me siguió pareciendo agradable, hasta que comencé a escucharla cada día, a cada hora, por todos lados: la tele, la radio… por todos lados.

Dejó de ser una propuesta agradable para convertirse en un mensaje chillón en mis oídos que comenzó a resultarme desagradable.

Fue entonces cuando lo que originalmente había sido una idea creativa muy original, pasó a convertirse en un mensaje mal recibido. Cada vez que la escucho ahora, me resulta super pesada y desagradable, y no puede dejar de preguntarme cuando se dignara el anunciante a cambiar la publicidad por una pieza creativa nueva.

Se nota a la distancia que a alguien, en algún sitio, le pareció que la idea era lo suficientemente única y original, que debía atornillárnosla a nosotros, su audiencia, por todos los medios y por todo el tiempo que fuera posible.

 

¿A quién se le ocurrió que: “Lo importante es que hablen de tu marca, aunque sea mal.”?

 

Esta es una frase que he escuchado muchísimas veces en eventos y seminarios a los que he asistido: “Lo importante es que hablen de tu marca, aunque sea mal”. Es como decir que lo importante es simplemente estar en la mente de tu consumidor la mayor cantidad de veces posible, independientemente de las emociones que estén asociadas con la marca o la empresa en ese momento.

Lamentablemente es algo que nunca podrá recomendarte que hagas. De tu marca, siempre deberían hablar bien.

Quiero estar en tu mente, aunque sea trayéndote malos recuerdos…. ¡Qué va! Para mí, desde un punto de vista muy personal y profesional, existe una línea muy fina que separa la experiencia positiva de la negativa, y es una línea de la cual tú deberías mantenerte alejado siempre que puedas.

¿Por qué? Muchos especialistas en el mundo entero reconocen que lo positivo se difunde poco, pero que lo negativo corre como la pólvora. ¿Por qué entonces querrías tú meterte en ese espacio? ¿Cómo podrías mantener una actitud indiferente cuando tu audiencia está hablando mal de tu marca?

¿Cómo podrías detener tú el impacto de una profunda crisis de reputación, si piensas que lo importante es que hablen de tu marca, aunque sea mal?

 

Cuando estás enamorado profundamente, pierdes la objetividad en muchas cosas.

 

Dicen que el amor es ciego. Y es por ello por lo que nunca debes (o deberías) enamorarte de tus ideas, por muy originales y creativas que estas puedan ser.

La razón es justamente que el enamoramiento bloquea la objetividad en muchos aspectos, por lo que fácilmente pudiera ocurrir que estuvieras convencido de que tu idea sigue siendo estupenda, mucho después de que esta ha dejado de ser efectiva o impactante para tu audiencia.

Incluso, mucho después de que esta misma idea haya comenzado a generar en tu audiencia un sentimiento negativo, no solamente hacia el mensaje sino hacia el conjunto de la marca también.

Que el amor que sientes por tus propias ideas, no te impida ver la realidad del mercado.

Es por ello que debes tener siempre en mente lo que está ocurriendo del otro lado de tu mensaje, en tu audiencia. Es mentira (desde mi punto de vista) aquello de que es igual que hablen mal o bien de tu empresa, porque lo importante es sencillamente que hablen de ella y la mantengan en su mente.

Eso no es así. En el peor de los casos, tu empresa y tu marca deben estar asociadas con emociones neutras, nunca negativas. Es mejor que tus clientes sientan que tu marca es insípida, en lugar de que sientan que tiene un sabor amargo y desagradable al paladar.

Porque cuando eso ocurre, tú nunca sabes cuando tu audiencia volverá querer a saborearla.

Y eso no es bueno para ti ni para tu empresa.

 

Crédito fotografía: Akshar Dave en Unsplash

Como Vender en Tiempos del Comprador Social - Joel Pinto Romero

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